En esta biografía sobre Hermann Rorschach, Damion Searls indaga en cartas inéditas y diarios personales, en entrevistas con su familia, amigos y colegas hasta hoy desconocidas, para contar la inesperada historia de la creación del icónico test, su controvertida reinvención y su notable permanencia en el tiempo, todo lo cual revela la potencia de la percepción. Elegante y original, Las manchas de tinta brilla con luz propia como una síntesis extraordinaria de arte y ciencia.
En 1917, en un remoto asilo de Suiza en el que trabajaba solo, el psiquiatra Hermann Rorschach desarrolló un experimento para poner a prueba la mente humana: un conjunto de diez manchas de tinta de colores, cuidadosamente diseñadas. Durante años, Rorschach luchó con las teorías de Freud y Jung, al mismo tiempo que absorbía los movimientos estéticos de su época, desde el futurismo al dadaísmo. Él mismo artista visual, llegó a creer que quiénes somos tiene menos que ver con lo que decimos –como pensaba Freud–, que con lo que vemos.
Luego de una muerte temprana, el test de Rorschach rápidamente llegó a Estados Unidos, donde adquirió vida propia. Adoptado por los militares luego del ataque a Pearl Harbor, resultó fundamental en los juicios de Nuremberg y en las junglas de Vietnam. Se volvió un sine qua non de la publicidad, un cliché en Hollywood y el periodismo, una inspiración para todos, desde Andy Warhol a Jay Z. También tomaron el test millones de personas a lo largo y ancho del planeta, desde delincuentes hasta aspirantes a distintos puestos de trabajo, padres en batallas legales por la custodia de sus hijos y gente con trastornos mentales o simplemente con la esperanza de entenderse mejor. Todavía hoy se sigue usando en todo el mundo en etapas de diagnóstico.
El rey de los test
El 7 de diciembre de 1941, los japoneses atacaron Pearl Harbor. En tres semanas, Bruno Klopfer había organizado una «unidad de voluntarios Rorschach » para coordinar la acción entre el instituto de su país y los miembros que se habían ofrecido como voluntarios en el ejército.550 También se convirtió en el hombre clave para recabar información y consultas referidas al test. Desde principios de 1942, numerosas preguntas y solicitudes, primero con cuentagotas y luego a chorros, comenzaron a llegar desde el ejército, y pronto Klopfer se puso a trabajar con la división de procedimientos del personal del ejército para ver de qué manera el Rorschach podía colaborar con el esfuerzo bélico de los Estados Unidos.
Este Rorschach era una criatura muy diferente del instrumento sutil ubicado a la vanguardia de la antropología y los estudios de personalidad. En primer lugar, los militares necesitaban evaluaciones eficientes, en la línea de su Examen General de Clasificación del Ejército, desarrollado en 1940 y administrado a doce millones de soldados y marines durante los cinco años siguientes.551 Ruth Munroe, evaluadora de los cursos de ingreso del Sarah Lawrence College, había publicado su «Inspection Technique» [Técnica de inspección], diseñada para ayudar a los examinadores a revisar rápidamente los protocolos de Rorschach para detectar problemas. Aunque menos sutil, este registro producía interpretaciones más uniformes entre los diferentes evaluadores, de manera mucho más rápida.
Para agilizar la administración del test y la puntuación, Molly Harrower introdujo el Psicodiagnóstico de Rorschach Colectivo, en el que se proyectaban diapositivas en una sala a media luz y los examinados anotaban sus respuestas. Bastaban veinte minutos para evaluar a un auditorio de más de doscientas personas. Obtener las diapositivas fue tan difícil como había sido para Rorschach imprimir sus manchas de tinta, especialmente teniendo en cuenta «las grandes dificultades que surgieron para conseguir películas confiables durante los años de la guerra», pero finalmente encontraron un fotógrafo que fue capaz de hacerlo.
Incluso con estos avances, el Rorschach presentaba dos obstáculos para su uso masivo. Aunque el personal menos experto podía administrar la prueba, los protocolos aún tenían que ser puntuados e interpretados por personas entrenadas. Peor aún, los resultados no podían reducirse a un número simple para que entendieran los burócratas, a tarjetas perforadas u hojas de calificaciones de IBM. Así que Harrower fue un paso más allá y «se alejó tanto de la esencia de lo que pretendía Rorschach » que, como ella misma admitía, inventó «un procedimiento completamente diferente», al que llamó «Test de Opciones Múltiples (para usar con Láminas Rorschach o diapositivas)».
De una lista de diez respuestas por cada lámina, se les pedía a los examinados que marcaran con una tilde el casillero con «la opción que para usted mejor describe la mancha», agregando un 2 como segunda opción (opcional). La Lámina I, por ejemplo, era:
Una hoja súper secreta con las claves de las respuestas distinguía entre buenas y malas respuestas, y un artículo de Harrower de la época de la guerra sobre el procedimiento lo describía con un lenguaje salido de una película de espías: «Puesto que es de suma importancia que esta simple clave no caiga en manos equivocadas, no ha sido publicada aquí. Sin embargo, se enviará una copia sin demora a pedido de los psiquiatras y psicólogos de las fuerzas armadas ». Tres malas respuestas o menos y pasabas la prueba, cuatro o más y fallabas.
Si esto te suena un poco sospechoso, no sos el único. «El procedimiento del Rorschach colectivo suscitaba ciertas dudas», comentó más tarde Harrower, pero «la presentación del Test de Opciones Múltiples tuvo una recepción más fría aún». Sin embargo, la necesidad de examinar a millones de personas requería nuevas técnicas. «En última instancia», como había señalado originalmente, en un programa de examinación, «no interesa tanto conocer en detalle por qué la persona no es apta, siempre que podamos detectarla», ni «el uso de un instrumento extremadamente sensible que solo unas pocas personas puedan manejarlo, como disponer de una herramienta sencilla que cualquiera pueda utilizar en cualquier lugar».
Hasta cierto punto, el test de Harrower parecía funcionar. Los resultados de trescientos veintinueve «normales tomados al azar», doscientos veinticinco presos varones, treinta estudiantes que se atienden con un psiquiatra universitario («algunos de ellos con diagnósticos bastante serios, otros mucho mejor después de hacer psicoterapia») y ciento cuarenta y tres pacientes mentales institucionalizados categorizaban claramente los grupos de manera diferente. Los últimos grupos tenían más probabilidades de salir mal, mientras que el 55% de los «adultos superiores» examinados no tenían malas respuestas, y el único con más de cuatro resultó haber estado hospitalizado dos veces por maníaco-depresivo. Harrower hizo en seguida algunos ajustes básicos, por ejemplo, registró que los médicos y las enfermeras tenían más respuestas anatómicas que, de otro modo, serían computadas como malas. También descubrió que si la persona encargada de supervisar el test tenía experiencia, podía formular mejores juicios al mirar los resultados, especialmente con los casos límite que tenían tres o cuatro respuestas pobres. Pero incluso «apegarse religiosamente a términos puramente cuantitativos» brindaba resultados concretos. Insistía con que su test breve y simple tenía «ventajas innegables, no por encima y en contra del Rorschach, sino como un procedimiento en sí mismo».
El Test de Opciones Múltiples tuvo una recepción positiva en educación y en las empresas, pero varios estudios lo encontraron muy poco fiable para los controles militares y nunca fue adoptado por el ejército para su uso masivo. Aun así, después de haber sido reformulado en 1939 como el método proyectivo definitivo para revelar las sutilezas de la personalidad, el Rorschach era nuevamente reinventado como una prueba que arrojaba un número rápido de repuestas por sí o por no. Aunque el Rorschach propiamente dicho «seguía siendo un método que requería sus propios especialistas», escribió Harrower, había convertido las manchas de tinta en «un test psicológico en el sentido habitual del término» (las cursivas son mías). Eso era lo que necesitaba el ejército y lo que los estadounidenses querían.
Solo en 1944, veinte millones de estadounidenses rindieron sesenta millones de exámenes estandarizados, educativos, vocacionales y psicológicos. En 1940, The Mental Measurements Yearbook [Anuario de Mediciones Mentales] reseñó trescientos veinticinco test diferentes y enumeraba otros doscientos. La mayoría eran utilizados por unos pocos psicólogos, y solo uno sería conocido como «el rey de los test», por razones que tienen menos que ver con las manchas de tinta que con los cambios que se produjeron en la psicología estadounidense.
La Segunda Guerra Mundial constituye un punto de inflexión en la historia de la salud mental de los Estados Unidos. Antes de la guerra, los psiquiatras habían trabajado en hospitales psiquiátricos, los psicólogos — científicos «duros» no «blandos» terapeutas— permanecían en su mayoría confinados en los laboratorios universitarios, y los pocos psicólogos clínicos tendían a centrarse en niños y en la educación. Los psiquiatras estadounidenses se apropiaron de las ideas freudianas a punto tal que el psicoanálisis se consideraba casi exclusivamente como una forma de tratamiento de la enfermedad mental y no, por ejemplo, como un vehículo para la investigación científica o la exploración personal.
La mayoría de los estadounidenses nunca había recibido tratamiento de salud mental y no sabía lo que era. Aunque en algunas ciudades importantes la perspectiva psicoanalítica sacaba a algunos psiquiatras de los hospitales y los llevaba a la práctica privada o clínicas de orientación infantil, la psicoterapia seguía siendo marginal en la sociedad en general. Los psiquiatras trataban pacientes, los psicólogos estudiaban sujetos y la mayoría de las personas se integraban a sus comunidades lo mejor que podían.
Con la guerra y el primer reclutamiento masivo de la nación, a todos los hombres sanos del país se les hizo un examen psicológico junto con test de inteligencia y exámenes médicos. El número de potenciales soldados seleccionados con «perfiles de riesgo psicológico intolerables» era asombrosamente alto: alrededor de 1.875.000 hombres solo en el ejército, lo que equivalía al 12% de los examinados entre los años 1942 y 1945.560 Incluso con esta tasa de exclusión, seis veces mayor que durante la Primera Guerra Mundial, los informes registraron que la neurosis de guerra en las fuerzas armadas de los Estados Unidos fue más del doble que en la Primera Guerra Mundial. Hubo más de un millón de admisiones neuropsiquiátricas en los servicios médicos del ejército, más otras ciento cincuenta mil en los de la marina, y así sucesivamente, y se trataba de soldados que habían pasado los exámenes. Unos trescientos ochenta mil fueron dados de baja por razones psiquiátricas (más de un tercio de todas las altas médicas), otros ciento treinta y siete mil por «trastornos de personalidad», y ciento veinte mil pacientes psiquiátricos tuvieron que ser evacuados del teatro de operaciones, veintiocho mil por aire.
Ya sea que las cifras mostraran lo necesarios que eran los exámenes o lo mal que funcionaban — el general George C. Marshall ordenó interrumpirlos en 1944— , se trataba claramente de una crisis. Algunas personas fingían, pero la gran mayoría de los casos eran reales, lo que significaba dos cosas: que la enfermedad mental afectaba a una porción de la población mucho mayor de lo que nadie habría esperado y que las personas «sanas» también necesitaban tratamiento psicológico. Solo una minoría de las crisis nerviosas en el ejército tenía lugar en el frente o incluso en el extranjero. Casi todas eran causadas por una variedad de factores que también afectaban a las personas en el hogar, como el «estrés», un concepto que se extendió rápidamente desde los círculos de la psiquiatría militar al público en general.
Fue una preocupación nacional. Como dice una historia de la psicoterapia en Estados Unidos, la salud física de los jóvenes estadounidenses era «lamentable» — «dientes caídos, abscesos y llagas no tratadas, problemas de visión no corregidos, deformidades esqueléticas no corregidas, infecciones crónicas no tratadas»— 561 y esto condujo a intensificar los esfuerzos para aumentar el número de médicos y el acceso a tratamiento adecuado a lo largo de todo el país. Aun así, «el índice del 12% de no aptos a causa de enfermedades mentales, con todo su alto poder de impacto, se mantuvo firme».
Cuando comenzó la guerra, el ejército de los Estados Unidos tenía treinta y cinco psiquiatras en total. La «gran escasez de personal capacitado, no solo de psiquiatras y neurólogos sino de psicólogos y trabajadores sociales psiquiátricos», fue una «revelación», según la persona a cargo, el general de brigada William C. Menninger. Al final de la guerra, los treinta y cinco iniciales habían pasado a ser mil solo en el ejército y otros setecientos en el resto de las fuerzas armadas,562 incluyendo «prácticamente a todos los miembros» de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría «sin impedimentos de edad, discapacidad o considerados esenciales para la psiquiatría civil», así como muchos nuevos reclutas.
Se necesitaban psiquiatras en cientos de centros de reclutamiento, campos de entrenamiento básico, barracas disciplinarias, centros de rehabilitación y hospitales en el país y el extranjero. Además de los psiquiatras, los psicólogos militares estaban abocados a tareas tales como el diseño de paneles de instrumentos complejos adaptados a las capacidades mentales y las limitaciones perceptivas de las personas que los manejaban.564 «Hasta que la guerra no había casi terminado», sintetizaba Menninger más tarde, «no tuvimos el personal suficiente para hacer el trabajo».
De hecho, no había suficiente personal en ningún lugar del país. Apenas un tercio de los médicos asignados en Neuropsiquiatría habían tenido alguna experiencia psiquiátrica antes de la guerra. Al final de la guerra, con dieciséis millones de soldados retornando a casa, la necesidad fue aún mayor; más de la mitad de las hospitalizaciones de la Administración de Beneficios para Veteranos (VA) de posguerra serían por trastornos de salud mental. Y los civiles también estaban empezando a entender los beneficios de esos tratamientos. En palabras del general Menninger, «según un cálculo conservador, hay al menos dos millones de personas que han tenido contacto directo o relación con la psiquiatría a causa de una enfermedad mental o algún trastorno de personalidad sufrido por los soldados en esta guerra. Para un gran porcentaje de este grupo, es la primera vez. Se están educando». Después de haber aprendido la lección, Menninger comenzó a trabajar agresivamente para promover la formación en salud mental, la atención preventiva y el tratamiento en todo el país. Al igual que los militares, la nación tuvo que aumentar sus servicios de salud mental.
El Congreso aprobó la Ley Nacional de Salud Mental en 1946, que creaba el Instituto Nacional de Salud Mental con una misión amplia de servicio público. Creó nuevos estándares para el campo según los cuales los psicólogos clínicos eran «científicos practicantes» destinados a trabajar con el público y no solo en los laboratorios. La VA estableció programas conjuntos entre sus hospitales y las facultades de medicina cercanas para formar a los psicoterapeutas que necesitaba, y en poco tiempo empleaba tres veces más psicólogos clínicos que los que existían en todo el país en 1940. La psicología clínica estaba en su apogeo, fuertemente respaldada por fondos del gobierno.
El Rorschach estaba listo para beneficiarse en todos los frentes: como herramienta de diagnóstico con resultados positivos tangibles para los psiquiatras practicantes y como un test compatible con el impulso de cuantificar de la psicología académica. Mientras tanto, la psicología, con el surgimiento de los «psicólogos clínicos» y su nueva formación «científico-profesional», se estaba volviendo más psicoanalítica y menos cuantitativa. Por una cuestión de falta de sincronización, no hubo diferentes libros de texto de evaluación compitiendo entre sí hasta finales de los cuarenta, por lo que todos los nuevos programas de psicología clínica que surgieron no tenían más remedio que usar libros sobre el Rorschach. 1946, el Rorschach era el segundo test de personalidad más utilizado, detrás del Test del Dibujo de la Figura Humana, y el cuarto test más popular en general, detrás de dos pruebas de coeficiente de inteligencia diferentes. Durante años fue el tema de tesis de psicología clínica más frecuente.
Dentro del ejército, el Rorschach siguió teniendo un uso limitado. Seguía siendo más lento que otros test y no había suficientes médicos con la formación necesaria para examinar a todos esos millones de soldados. Ni incluso suficientes manchas de tinta: un teniente primero asignado a una unidad psiquiátrica en París durante la guerra no pudo hallar un juego de láminas en ningún lado y tuvo que organizar que su esposa se reuniera con Bruno Klopfer en Manhattan para que le diera un juego y ella se lo enviara por correo. (Unas semanas más tarde, encontró de casualidad cientos de láminas Rorschach y TAT en el sótano de la sede central de Eisenhower: el ejército las había ordenado y luego lo había olvidado.) Sin embargo, a pesar del fracaso del Test de Opciones Múltiples para los test grupales, el Rorschach encontró muchas otras aplicaciones militares, tanto en psiquiatría — diagnóstico y tratamiento de pacientes— como en psicología; por ejemplo, para estudiar la fatiga operativa en los pilotos de combate de la fuerza aérea.
En un contexto más amplio, el nuevo valor que se le atribuía a los test y la competencia entre psiquiatras y psicólogos por los puestos disponibles colaboraron con la suerte del Rorschach. Las reuniones de presentación de casos, una práctica cada vez más común que comenzó en las clínicas de orientación infantil, reunían a un psiquiatra a cargo del tratamiento, un psicólogo que realizaba los test y un asistente social psiquiátrico que participaba de la terapia. En el pasado, el psicólogo informaba el CI del paciente, y quizás un par más de resultados numéricos, y ahí terminaba su trabajo. Pero si era experto en el intrincado y misterioso Rorschach, estaba autorizado para opinar acerca del shock cromático, el tipo vivencial o la rigidez de una solución, y sus colegas, sentados alrededor de la mesa, asentían reconociendo la verdad acerca de sus pacientes.
Miles de psiquiatras y psicólogos habían visto funcionar los diagnósticos ciegos, sabían lo sorprendentemente rápidos y exactos que eran y que ninguna otra perspectiva podía ofrecer hallazgos como los del Rorschach. Los psiquiatras psicoanalíticos, en particular, desconfiaban de los test de «autoexamen», como los cuestionarios que, en su opinión, subestimaban el poder del inconsciente y tenían la certeza de que el Rorschach estaba hablando su propia lengua. Fueron ellos, al igual que los psicólogos, quienes bautizaron al Rorschach «el rey de los test».
Por otros medios, tanto los psicólogos como los psiquiatras luchaban por definir sus roles profesionales frente a una amenaza común. Los oficiales médicos entrenados apresuradamente para servir en las fuerzas armadas, sin título en psicología o en psiquiatría, habían hecho un buen trabajo. ¿Y qué hay de los asistentes sociales? Si también eran capaces de ayudar a las personas, después de una capacitación menos rigurosa y por menos dinero — lo denominaban «orientación» en lugar de «psicoterapia»— , ¿qué sentido tenían los psiquiatras y los psicólogos clínicos? El punto, argumentaban, era su formación y pericia, y el Rorschach era un signo respetable e intimidante de esa capacidad. Las diez láminas con las manchas de tinta se convirtieron en un importante y vigoroso símbolo de prestigio, útil para la imagen y la seguridad laboral de los médicos clínicos.
El libro de texto de Klopfer The Rorschach Technique: Manual for a Projective Method of Personality Diagnosis [Técnica del psicodiagnóstico de Rorschach: método proyectivo para el diagnóstico de la personalidad. Manual] apareció en 1942, en el momento justo para que ser considerado la biblia de los evaluadores psicológicos y el libro de texto estándar en los programas de posgrado que modeló a la siguiente generación. Klopfer señalaba en el prólogo que el libro se estaba publicando «en un momento de emergencia, cuando todos somos llamados a hacer el uso más efectivo posible de nuestros recursos, ya sean humanos o materiales. El método de Rorschach está demostrando su valor al ayudarnos a evitar el derroche de recursos humanos» tanto en el ejército como en la defensa civil, y agradecía la oportunidad que se le brindaba de poder hacer su parte. Como era un judío alemán que había logrado escapar, su patriotismo era sin duda sincero; también era un excelente marketing. En palabras de un destacado psicólogo educativo llamado Lee J. Cronbach, a fines de los años cincuenta ninguna obra «tuvo más influencia en la técnica de Rorschach estadounidense — y, por lo tanto, en la práctica de diagnóstico clínico— que el libro de Klopfer-Kelley de 1942».
Dos mujeres con una maestría en psicología que trabajaban en Bellevue, Ruth Bochner y Florence Halpern, nunca serían famosas, pero publicaron ese mismo año lo que pudo haber sido, en términos concretos, el libro de Rorschach más influyente. Escrito bajo la presión de la guerra, The Clinical Application of the Rorschach Test [La aplicación clínica de la prueba de Rorschach], fue muy criticado por los especialistas en Rorschach de ese momento («un trabajo escrito descuidadamente, repleto de afirmaciones confusas, contradicciones y falsas conclusiones»),pero fue muy popular: fue reseñado por la revista Time, y tuvo una segunda edición en 1945. Les explicaba cómo convertirse rápidamente en especialistas en el Rorschach a todos esos nuevos psicólogos al servicio del ejército, muchos de ellos salidos de laboratorios universitarios donde estudiaban ratas en laberintos o sin la menor idea sobre qué era el test ni cómo utilizarlo.
Simplificador o no, el libro era muy directo. Con una tabla de fracciones desplegable en la contratapa, podían calcularse todos los porcentajes sin perder tiempo en largas divisiones o en aplicar una regla de cálculo (13/29 = 44,7%). Los capítulos tenían títulos tales como «Qué significan los símbolos en la columna I», un nivel de claridad práctica al que rara vez los principales especialistas en Rorschach condescendían. En «Categorías de puntuación para la localización de las respuestas», Klopfer cubría en casi un centenar de páginas el mismo material que Beck, en su libro de 1944, discutiría en seis capítulos separados, incluidos «Problemas de registro » y «Enfoque y secuencia: Ap., Seq.». ¿Cuál de los dos creés que puede enseñarte a tomar un Rorschach?
Bochner y Halpern estaban al tanto de los debates de Klopfer y Beck, los matices y las reservas en el propio trabajo de Rorschach y las complejidades de cómo las diferentes partes de la prueba podían interactuar, pero iban al grano. Alguien que da un tipo determinado de respuesta «es obviamente una persona hábil, y la relación social será más difícil para él»; alguien que da otro tipo de respuesta «es una persona egocéntrica, llena de demandas y propensa a la irritabilidad. Como no puede hacer las adaptaciones necesarias, espera que el resto del mundo se adapte a él». Las personas que encontraban una lámina «siniestra» son «fácilmente perturbadas por la oscuridad más densa, y tienden a estar ansiosas y deprimirse fácilmente». La resistencia de una mujer a una determinada lámina «es obviamente de naturaleza sexual, y según surge de un análisis del contenido de sus respuestas, parece relacionarse con la cuestión del embarazo», que trató de evitar «malinterpretando o negando los símbolos de los genitales masculinos» en la mancha de tinta. Y, ¡oh sorpresa!, la historia de su caso revelaba que ella y su novio habían ido «más allá de las caricias habituales» hacía seis semanas y ahora tenía un retraso. También permitía reemplazar un detallado informe para la terapia o el análisis por un par de frases que podían ser utilizadas para la clasificación. El Rorschach era más difícil de dominar que la mayoría de los test, pero eso no significaba que no fuera posible estandarizarlo.
Estas afirmaciones tajantes y otras similares establecen lo que se convertiría en el sentido común sobre la naturaleza y el significado del Rorschach. Bochner y Halpern lo consideraron firmemente como un método proyectivo, no como un experimento perceptual, y minimizaron las cualidades objetivas de las imágenes reales: «Dado que las manchas carecen en principio de contenido, el sujeto necesariamente tiene que proyectarse en ellas». Declaraban que un examinado «debe pensar que cualquier respuesta que dé es una buena respuesta» y que cualquier otra lectura «es incompatible con la ideología del experimento», aunque las respuestas de hecho estén calificadas como buenas o malas, y el propio Rorschach haya escrito que engañar a las personas no era ético si los resultados tenían consecuencias prácticas.
Su versión del Rorschach fue la que ingresó en la cultura popular. No tenía respuestas correctas o incorrectas, uno era libre de decir lo que quisiera y antes de que te enteraras de que habías sido categorizado, revelabas tus secretos. Bochner y Halpern nunca accedieron a un público masivo, como ocurrió con las versiones populares de Freud o con Patterns of Culture de Ruth Benedict en la antropología, pero lo que el público estadounidense creía que sabía sobre el Rorschach venía de allí.
Un tercer libro salió en 1942: Psychodiagnostic [Psicodiagnóstico] de Hermann Rorschach, por fin en inglés. Aquí, al parecer, estaba la voz autorizada que podía recordarles a los lectores en qué consistía realmente el test, devolverle su sentido original. Pero en veinte años habían pasado muchas cosas. Mal traducido, confusamente parcial y contradictorio con su inclusión del ensayo póstumo de 1922, Psychodiagnostic no tenía nada que decir sobre los métodos proyectivos, radiografías del alma, carácter y personalidad, test colectivos, antropología (¡más allá de los suizos de Berna y de Appenzell!) o del duelo de sistemas entre Beck y Klopfer. El libro era poca cosa y llegaba demasiado tarde como para detener al aprendiz de brujo.
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