En esta biografía sobre Hermann Rorschach, Damion Searls
indaga en cartas inéditas y diarios personales, en entrevistas con su
familia, amigos y colegas hasta hoy desconocidas, para contar la
inesperada historia de la creación del icónico test, su controvertida
reinvención y su notable permanencia en el tiempo, todo lo cual revela
la potencia de la percepción. Elegante y original, Las manchas de tinta
brilla con luz propia como una síntesis extraordinaria de arte y
ciencia.
En 1917, en un remoto asilo de Suiza en el que trabajaba solo, el
psiquiatra Hermann Rorschach desarrolló un experimento para poner a
prueba la mente humana: un conjunto de diez manchas de tinta de colores,
cuidadosamente diseñadas. Durante años, Rorschach luchó con las teorías
de Freud y Jung, al mismo tiempo que absorbía los movimientos estéticos
de su época, desde el futurismo al dadaísmo. Él mismo artista visual,
llegó a creer que quiénes somos tiene menos que ver con lo que decimos
–como pensaba Freud–, que con lo que vemos.
Luego de una muerte temprana, el test de Rorschach rápidamente
llegó a Estados Unidos, donde adquirió vida propia. Adoptado por los
militares luego del ataque a Pearl Harbor, resultó fundamental en los
juicios de Nuremberg y en las junglas de Vietnam. Se volvió un sine qua
non de la publicidad, un cliché en Hollywood y el periodismo, una
inspiración para todos, desde Andy Warhol a Jay Z. También tomaron el
test millones de personas a lo largo y ancho del planeta, desde
delincuentes hasta aspirantes a distintos puestos de trabajo, padres en
batallas legales por la custodia de sus hijos y gente con trastornos
mentales o simplemente con la esperanza de entenderse mejor. Todavía hoy
se sigue usando en todo el mundo en etapas de diagnóstico.
El rey de los test
El 7 de diciembre de 1941, los japoneses atacaron Pearl Harbor. En
tres semanas, Bruno Klopfer había organizado una «unidad de voluntarios
Rorschach » para coordinar la acción entre el instituto de su país y
los miembros que se habían ofrecido como voluntarios en el ejército.550
También se convirtió en el hombre clave para recabar información y
consultas referidas al test. Desde principios de 1942, numerosas
preguntas y solicitudes, primero con cuentagotas y luego a chorros,
comenzaron a llegar desde el ejército, y pronto Klopfer se puso a
trabajar con la división de procedimientos del personal del ejército
para ver de qué manera el Rorschach podía colaborar con el esfuerzo
bélico de los Estados Unidos.
Este Rorschach era una criatura muy diferente del instrumento sutil
ubicado a la vanguardia de la antropología y los estudios de
personalidad. En primer lugar, los militares necesitaban evaluaciones
eficientes, en la línea de su Examen General de Clasificación del
Ejército, desarrollado en 1940 y administrado a doce millones de
soldados y marines durante los cinco años siguientes.551 Ruth Munroe,
evaluadora de los cursos de ingreso del Sarah Lawrence College, había
publicado su «Inspection Technique» [Técnica de inspección], diseñada
para ayudar a los examinadores a revisar rápidamente los protocolos de
Rorschach para detectar problemas. Aunque menos sutil, este registro
producía interpretaciones más uniformes entre los diferentes
evaluadores, de manera mucho más rápida.
Para agilizar la administración del test y la puntuación, Molly
Harrower introdujo el Psicodiagnóstico de Rorschach Colectivo, en el
que se proyectaban diapositivas en una sala a media luz y los
examinados anotaban sus respuestas. Bastaban veinte minutos para
evaluar a un auditorio de más de doscientas personas. Obtener las
diapositivas fue tan difícil como había sido para Rorschach imprimir
sus manchas de tinta, especialmente teniendo en cuenta «las grandes
dificultades que surgieron para conseguir películas confiables durante
los años de la guerra», pero finalmente encontraron un fotógrafo que
fue capaz de hacerlo.
Incluso con estos avances, el Rorschach presentaba dos obstáculos
para su uso masivo. Aunque el personal menos experto podía administrar
la prueba, los protocolos aún tenían que ser puntuados e interpretados
por personas entrenadas. Peor aún, los resultados no podían reducirse a
un número simple para que entendieran los burócratas, a tarjetas
perforadas u hojas de calificaciones de IBM. Así que Harrower fue un
paso más allá y «se alejó tanto de la esencia de lo que pretendía
Rorschach » que, como ella misma admitía, inventó «un procedimiento
completamente diferente», al que llamó «Test de Opciones Múltiples
(para usar con Láminas Rorschach o diapositivas)».
De una lista de diez respuestas por cada lámina, se les pedía a los
examinados que marcaran con una tilde el casillero con «la opción que
para usted mejor describe la mancha», agregando un 2 como segunda
opción (opcional). La Lámina I, por ejemplo, era:
Una hoja súper secreta con las claves de las respuestas distinguía
entre buenas y malas respuestas, y un artículo de Harrower de la época
de la guerra sobre el procedimiento lo describía con un lenguaje salido
de una película de espías: «Puesto que es de suma importancia que esta
simple clave no caiga en manos equivocadas, no ha sido publicada aquí.
Sin embargo, se enviará una copia sin demora a pedido de los
psiquiatras y psicólogos de las fuerzas armadas ». Tres malas
respuestas o menos y pasabas la prueba, cuatro o más y fallabas.
Si esto te suena un poco sospechoso, no sos el único. «El
procedimiento del Rorschach colectivo suscitaba ciertas dudas»,
comentó más tarde Harrower, pero «la presentación del Test de Opciones
Múltiples tuvo una recepción más fría aún». Sin embargo, la necesidad
de examinar a millones de personas requería nuevas técnicas. «En última
instancia», como había señalado originalmente, en un programa de
examinación, «no interesa tanto conocer en detalle por qué la persona
no es apta, siempre que podamos detectarla», ni «el uso de un
instrumento extremadamente sensible que solo unas pocas personas puedan
manejarlo, como disponer de una herramienta sencilla que cualquiera
pueda utilizar en cualquier lugar».
Hasta cierto punto, el test de Harrower parecía funcionar. Los
resultados de trescientos veintinueve «normales tomados al azar»,
doscientos veinticinco presos varones, treinta estudiantes que se
atienden con un psiquiatra universitario («algunos de ellos con
diagnósticos bastante serios, otros mucho mejor después de hacer
psicoterapia») y ciento cuarenta y tres pacientes mentales
institucionalizados categorizaban claramente los grupos de manera
diferente. Los últimos grupos tenían más probabilidades de salir mal,
mientras que el 55% de los «adultos superiores» examinados no tenían
malas respuestas, y el único con más de cuatro resultó haber estado
hospitalizado dos veces por maníaco-depresivo. Harrower hizo en seguida
algunos ajustes básicos, por ejemplo, registró que los médicos y las
enfermeras tenían más respuestas anatómicas que, de otro modo, serían
computadas como malas. También descubrió que si la persona encargada de
supervisar el test tenía experiencia, podía formular mejores juicios
al mirar los resultados, especialmente con los casos límite que tenían
tres o cuatro respuestas pobres. Pero incluso «apegarse religiosamente
a términos puramente cuantitativos» brindaba resultados concretos.
Insistía con que su test breve y simple tenía «ventajas innegables, no
por encima y en contra del Rorschach, sino como un procedimiento en sí
mismo».
El Test de Opciones Múltiples tuvo una recepción positiva en
educación y en las empresas, pero varios estudios lo encontraron muy
poco fiable para los controles militares y nunca fue adoptado por el
ejército para su uso masivo. Aun así, después de haber sido reformulado
en 1939 como el método proyectivo definitivo para revelar las
sutilezas de la personalidad, el Rorschach era nuevamente reinventado
como una prueba que arrojaba un número rápido de repuestas por sí o por
no. Aunque el Rorschach propiamente dicho «seguía siendo un método
que requería sus propios especialistas», escribió Harrower, había
convertido las manchas de tinta en «un test psicológico en el sentido
habitual del término» (las cursivas son mías). Eso era lo que
necesitaba el ejército y lo que los estadounidenses querían.
Solo en 1944, veinte millones de estadounidenses rindieron sesenta
millones de exámenes estandarizados, educativos, vocacionales y
psicológicos. En 1940, The Mental Measurements Yearbook [Anuario de
Mediciones Mentales] reseñó trescientos veinticinco test diferentes y
enumeraba otros doscientos. La mayoría eran utilizados por unos pocos
psicólogos, y solo uno sería conocido como «el rey de los test», por
razones que tienen menos que ver con las manchas de tinta que con los
cambios que se produjeron en la psicología estadounidense.
La Segunda Guerra Mundial constituye un punto de inflexión en la
historia de la salud mental de los Estados Unidos. Antes de la guerra,
los psiquiatras habían trabajado en hospitales psiquiátricos, los
psicólogos — científicos «duros» no «blandos» terapeutas— permanecían
en su mayoría confinados en los laboratorios universitarios, y los
pocos psicólogos clínicos tendían a centrarse en niños y en la
educación. Los psiquiatras estadounidenses se apropiaron de las ideas
freudianas a punto tal que el psicoanálisis se consideraba casi
exclusivamente como una forma de tratamiento de la enfermedad mental y
no, por ejemplo, como un vehículo para la investigación científica o la
exploración personal.
La mayoría de los estadounidenses nunca había recibido tratamiento
de salud mental y no sabía lo que era. Aunque en algunas ciudades
importantes la perspectiva psicoanalítica sacaba a algunos psiquiatras
de los hospitales y los llevaba a la práctica privada o clínicas de
orientación infantil, la psicoterapia seguía siendo marginal en la
sociedad en general. Los psiquiatras trataban pacientes, los psicólogos
estudiaban sujetos y la mayoría de las personas se integraban a sus
comunidades lo mejor que podían.
Con la guerra y el primer reclutamiento masivo de la nación, a todos
los hombres sanos del país se les hizo un examen psicológico junto con
test de inteligencia y exámenes médicos. El número de potenciales
soldados seleccionados con «perfiles de riesgo psicológico
intolerables» era asombrosamente alto: alrededor de 1.875.000 hombres
solo en el ejército, lo que equivalía al 12% de los examinados entre
los años 1942 y 1945.560 Incluso con esta tasa de exclusión, seis veces
mayor que durante la Primera Guerra Mundial, los informes registraron
que la neurosis de guerra en las fuerzas armadas de los Estados Unidos
fue más del doble que en la Primera Guerra Mundial. Hubo más de un
millón de admisiones neuropsiquiátricas en los servicios médicos del
ejército, más otras ciento cincuenta mil en los de la marina, y así
sucesivamente, y se trataba de soldados que habían pasado los exámenes.
Unos trescientos ochenta mil fueron dados de baja por razones
psiquiátricas (más de un tercio de todas las altas médicas), otros
ciento treinta y siete mil por «trastornos de personalidad», y ciento
veinte mil pacientes psiquiátricos tuvieron que ser evacuados del
teatro de operaciones, veintiocho mil por aire.
Ya sea que las cifras mostraran lo necesarios que eran los exámenes o
lo mal que funcionaban — el general George C. Marshall ordenó
interrumpirlos en 1944— , se trataba claramente de una crisis. Algunas
personas fingían, pero la gran mayoría de los casos eran reales, lo que
significaba dos cosas: que la enfermedad mental afectaba a una porción
de la población mucho mayor de lo que nadie habría esperado y que las
personas «sanas» también necesitaban tratamiento psicológico. Solo una
minoría de las crisis nerviosas en el ejército tenía lugar en el frente
o incluso en el extranjero. Casi todas eran causadas por una variedad
de factores que también afectaban a las personas en el hogar, como el
«estrés», un concepto que se extendió rápidamente desde los círculos de
la psiquiatría militar al público en general.
Fue una preocupación nacional. Como dice una historia de la
psicoterapia en Estados Unidos, la salud física de los jóvenes
estadounidenses era «lamentable» — «dientes caídos, abscesos y llagas
no tratadas, problemas de visión no corregidos, deformidades
esqueléticas no corregidas, infecciones crónicas no tratadas»— 561 y
esto condujo a intensificar los esfuerzos para aumentar el número de
médicos y el acceso a tratamiento adecuado a lo largo de todo el país.
Aun así, «el índice del 12% de no aptos a causa de enfermedades
mentales, con todo su alto poder de impacto, se mantuvo firme».
Cuando comenzó la guerra, el ejército de los Estados Unidos tenía
treinta y cinco psiquiatras en total. La «gran escasez de personal
capacitado, no solo de psiquiatras y neurólogos sino de psicólogos y
trabajadores sociales psiquiátricos», fue una «revelación», según la
persona a cargo, el general de brigada William C. Menninger. Al final
de la guerra, los treinta y cinco iniciales habían pasado a ser mil
solo en el ejército y otros setecientos en el resto de las fuerzas
armadas,562 incluyendo «prácticamente a todos los miembros» de la
Asociación Estadounidense de Psiquiatría «sin impedimentos de edad,
discapacidad o considerados esenciales para la psiquiatría civil», así
como muchos nuevos reclutas.
Se necesitaban psiquiatras en cientos de centros de reclutamiento,
campos de entrenamiento básico, barracas disciplinarias, centros de
rehabilitación y hospitales en el país y el extranjero. Además de los
psiquiatras, los psicólogos militares estaban abocados a tareas tales
como el diseño de paneles de instrumentos complejos adaptados a las
capacidades mentales y las limitaciones perceptivas de las personas que
los manejaban.564 «Hasta que la guerra no había casi terminado»,
sintetizaba Menninger más tarde, «no tuvimos el personal suficiente
para hacer el trabajo».
De hecho, no había suficiente personal en ningún lugar del país.
Apenas un tercio de los médicos asignados en Neuropsiquiatría habían
tenido alguna experiencia psiquiátrica antes de la guerra. Al final de
la guerra, con dieciséis millones de soldados retornando a casa, la
necesidad fue aún mayor; más de la mitad de las hospitalizaciones de la
Administración de Beneficios para Veteranos (VA) de posguerra serían por
trastornos de salud mental. Y los civiles también estaban empezando a
entender los beneficios de esos tratamientos. En palabras del general
Menninger, «según un cálculo conservador, hay al menos dos millones de
personas que han tenido contacto directo o relación con la psiquiatría a
causa de una enfermedad mental o algún trastorno de personalidad
sufrido por los soldados en esta guerra. Para un gran porcentaje de
este grupo, es la primera vez. Se están educando». Después de haber
aprendido la lección, Menninger comenzó a trabajar agresivamente para
promover la formación en salud mental, la atención preventiva y el
tratamiento en todo el país. Al igual que los militares, la nación tuvo
que aumentar sus servicios de salud mental.
El Congreso aprobó la Ley Nacional de Salud Mental en 1946, que
creaba el Instituto Nacional de Salud Mental con una misión amplia de
servicio público. Creó nuevos estándares para el campo según los cuales
los psicólogos clínicos eran «científicos practicantes» destinados a
trabajar con el público y no solo en los laboratorios. La VA estableció
programas conjuntos entre sus hospitales y las facultades de medicina
cercanas para formar a los psicoterapeutas que necesitaba, y en poco
tiempo empleaba tres veces más psicólogos clínicos que los que existían
en todo el país en 1940. La psicología clínica estaba en su apogeo,
fuertemente respaldada por fondos del gobierno.
El Rorschach estaba listo para beneficiarse en todos los frentes:
como herramienta de diagnóstico con resultados positivos tangibles para
los psiquiatras practicantes y como un test compatible con el impulso
de cuantificar de la psicología académica. Mientras tanto, la
psicología, con el surgimiento de los «psicólogos clínicos» y su nueva
formación «científico-profesional», se estaba volviendo más
psicoanalítica y menos cuantitativa. Por una cuestión de falta de
sincronización, no hubo diferentes libros de texto de evaluación
compitiendo entre sí hasta finales de los cuarenta, por lo que todos
los nuevos programas de psicología clínica que surgieron no tenían más
remedio que usar libros sobre el Rorschach. 1946, el Rorschach era el
segundo test de personalidad más utilizado, detrás del Test del Dibujo
de la Figura Humana, y el cuarto test más popular en general, detrás de
dos pruebas de coeficiente de inteligencia diferentes. Durante años
fue el tema de tesis de psicología clínica más frecuente.
Dentro del ejército, el Rorschach siguió teniendo un uso limitado.
Seguía siendo más lento que otros test y no había suficientes médicos
con la formación necesaria para examinar a todos esos millones de
soldados. Ni incluso suficientes manchas de tinta: un teniente primero
asignado a una unidad psiquiátrica en París durante la guerra no pudo
hallar un juego de láminas en ningún lado y tuvo que organizar que su
esposa se reuniera con Bruno Klopfer en Manhattan para que le diera un
juego y ella se lo enviara por correo. (Unas semanas más tarde,
encontró de casualidad cientos de láminas Rorschach y TAT en el sótano
de la sede central de Eisenhower: el ejército las había ordenado y
luego lo había olvidado.) Sin embargo, a pesar del fracaso del Test de
Opciones Múltiples para los test grupales, el Rorschach encontró
muchas otras aplicaciones militares, tanto en psiquiatría —
diagnóstico y tratamiento de pacientes— como en psicología; por
ejemplo, para estudiar la fatiga operativa en los pilotos de combate de
la fuerza aérea.
En un contexto más amplio, el nuevo valor que se le atribuía a los
test y la competencia entre psiquiatras y psicólogos por los puestos
disponibles colaboraron con la suerte del Rorschach. Las reuniones de
presentación de casos, una práctica cada vez más común que comenzó en
las clínicas de orientación infantil, reunían a un psiquiatra a cargo
del tratamiento, un psicólogo que realizaba los test y un asistente
social psiquiátrico que participaba de la terapia. En el pasado, el
psicólogo informaba el CI del paciente, y quizás un par más de
resultados numéricos, y ahí terminaba su trabajo. Pero si era experto
en el intrincado y misterioso Rorschach, estaba autorizado para opinar
acerca del shock cromático, el tipo vivencial o la rigidez de una
solución, y sus colegas, sentados alrededor de la mesa, asentían
reconociendo la verdad acerca de sus pacientes.
Miles de psiquiatras y psicólogos habían visto funcionar los
diagnósticos ciegos, sabían lo sorprendentemente rápidos y exactos que
eran y que ninguna otra perspectiva podía ofrecer hallazgos como los
del Rorschach. Los psiquiatras psicoanalíticos, en particular,
desconfiaban de los test de «autoexamen», como los cuestionarios que,
en su opinión, subestimaban el poder del inconsciente y tenían la
certeza de que el Rorschach estaba hablando su propia lengua. Fueron
ellos, al igual que los psicólogos, quienes bautizaron al Rorschach
«el rey de los test».
Por otros medios, tanto los psicólogos como los psiquiatras luchaban
por definir sus roles profesionales frente a una amenaza común. Los
oficiales médicos entrenados apresuradamente para servir en las fuerzas
armadas, sin título en psicología o en psiquiatría, habían hecho un
buen trabajo. ¿Y qué hay de los asistentes sociales? Si también eran
capaces de ayudar a las personas, después de una capacitación menos
rigurosa y por menos dinero — lo denominaban «orientación» en lugar de
«psicoterapia»— , ¿qué sentido tenían los psiquiatras y los psicólogos
clínicos? El punto, argumentaban, era su formación y pericia, y el
Rorschach era un signo respetable e intimidante de esa capacidad. Las
diez láminas con las manchas de tinta se convirtieron en un importante y
vigoroso símbolo de prestigio, útil para la imagen y la seguridad
laboral de los médicos clínicos.
El libro de texto de Klopfer The Rorschach Technique: Manual for a
Projective Method of Personality Diagnosis [Técnica del
psicodiagnóstico de Rorschach: método proyectivo para el diagnóstico
de la personalidad. Manual] apareció en 1942, en el momento justo para
que ser considerado la biblia de los evaluadores psicológicos y el
libro de texto estándar en los programas de posgrado que modeló a la
siguiente generación. Klopfer señalaba en el prólogo que el libro se
estaba publicando «en un momento de emergencia, cuando todos somos
llamados a hacer el uso más efectivo posible de nuestros recursos, ya
sean humanos o materiales. El método de Rorschach está demostrando su
valor al ayudarnos a evitar el derroche de recursos humanos» tanto en
el ejército como en la defensa civil, y agradecía la oportunidad que se
le brindaba de poder hacer su parte. Como era un judío alemán que
había logrado escapar, su patriotismo era sin duda sincero; también era
un excelente marketing. En palabras de un destacado psicólogo
educativo llamado Lee J. Cronbach, a fines de los años cincuenta
ninguna obra «tuvo más influencia en la técnica de Rorschach
estadounidense — y, por lo tanto, en la práctica de diagnóstico
clínico— que el libro de Klopfer-Kelley de 1942».
Dos mujeres con una maestría en psicología que trabajaban en
Bellevue, Ruth Bochner y Florence Halpern, nunca serían famosas, pero
publicaron ese mismo año lo que pudo haber sido, en términos concretos,
el libro de Rorschach más influyente. Escrito bajo la presión de la
guerra, The Clinical Application of the Rorschach Test [La aplicación
clínica de la prueba de Rorschach], fue muy criticado por los
especialistas en Rorschach de ese momento («un trabajo escrito
descuidadamente, repleto de afirmaciones confusas, contradicciones y
falsas conclusiones»),pero fue muy popular: fue reseñado por la revista
Time, y tuvo una segunda edición en 1945. Les explicaba cómo
convertirse rápidamente en especialistas en el Rorschach a todos esos
nuevos psicólogos al servicio del ejército, muchos de ellos salidos de
laboratorios universitarios donde estudiaban ratas en laberintos o sin
la menor idea sobre qué era el test ni cómo utilizarlo.
Simplificador o no, el libro era muy directo. Con una tabla de
fracciones desplegable en la contratapa, podían calcularse todos los
porcentajes sin perder tiempo en largas divisiones o en aplicar una
regla de cálculo (13/29 = 44,7%). Los capítulos tenían títulos tales
como «Qué significan los símbolos en la columna I», un nivel de
claridad práctica al que rara vez los principales especialistas en
Rorschach condescendían. En «Categorías de puntuación para la
localización de las respuestas», Klopfer cubría en casi un centenar de
páginas el mismo material que Beck, en su libro de 1944, discutiría en
seis capítulos separados, incluidos «Problemas de registro » y «Enfoque
y secuencia: Ap., Seq.». ¿Cuál de los dos creés que puede enseñarte a
tomar un Rorschach?
Bochner y Halpern estaban al tanto de los debates de Klopfer y Beck,
los matices y las reservas en el propio trabajo de Rorschach y las
complejidades de cómo las diferentes partes de la prueba podían
interactuar, pero iban al grano. Alguien que da un tipo determinado de
respuesta «es obviamente una persona hábil, y la relación social será
más difícil para él»; alguien que da otro tipo de respuesta «es una
persona egocéntrica, llena de demandas y propensa a la irritabilidad.
Como no puede hacer las adaptaciones necesarias, espera que el resto
del mundo se adapte a él». Las personas que encontraban una lámina
«siniestra» son «fácilmente perturbadas por la oscuridad más densa, y
tienden a estar ansiosas y deprimirse fácilmente». La resistencia de
una mujer a una determinada lámina «es obviamente de naturaleza sexual,
y según surge de un análisis del contenido de sus respuestas, parece
relacionarse con la cuestión del embarazo», que trató de evitar
«malinterpretando o negando los símbolos de los genitales masculinos»
en la mancha de tinta. Y, ¡oh sorpresa!, la historia de su caso
revelaba que ella y su novio habían ido «más allá de las caricias
habituales» hacía seis semanas y ahora tenía un retraso. También
permitía reemplazar un detallado informe para la terapia o el análisis
por un par de frases que podían ser utilizadas para la clasificación.
El Rorschach era más difícil de dominar que la mayoría de los test,
pero eso no significaba que no fuera posible estandarizarlo.
Estas afirmaciones tajantes y otras similares establecen lo que se
convertiría en el sentido común sobre la naturaleza y el significado
del Rorschach. Bochner y Halpern lo consideraron firmemente como un
método proyectivo, no como un experimento perceptual, y minimizaron las
cualidades objetivas de las imágenes reales: «Dado que las manchas
carecen en principio de contenido, el sujeto necesariamente tiene que
proyectarse en ellas». Declaraban que un examinado «debe pensar que
cualquier respuesta que dé es una buena respuesta» y que cualquier otra
lectura «es incompatible con la ideología del experimento», aunque las
respuestas de hecho estén calificadas como buenas o malas, y el propio
Rorschach haya escrito que engañar a las personas no era ético si los
resultados tenían consecuencias prácticas.
Su versión del Rorschach fue la que ingresó en la cultura popular.
No tenía respuestas correctas o incorrectas, uno era libre de decir lo
que quisiera y antes de que te enteraras de que habías sido
categorizado, revelabas tus secretos. Bochner y Halpern nunca
accedieron a un público masivo, como ocurrió con las versiones
populares de Freud o con Patterns of Culture de Ruth Benedict en la
antropología, pero lo que el público estadounidense creía que sabía
sobre el Rorschach venía de allí.
Un tercer libro salió en 1942: Psychodiagnostic [Psicodiagnóstico]
de Hermann Rorschach, por fin en inglés. Aquí, al parecer, estaba la
voz autorizada que podía recordarles a los lectores en qué consistía
realmente el test, devolverle su sentido original. Pero en veinte años
habían pasado muchas cosas. Mal traducido, confusamente parcial y
contradictorio con su inclusión del ensayo póstumo de 1922,
Psychodiagnostic no tenía nada que decir sobre los métodos proyectivos,
radiografías del alma, carácter y personalidad, test colectivos,
antropología (¡más allá de los suizos de Berna y de Appenzell!) o del
duelo de sistemas entre Beck y Klopfer. El libro era poca cosa y
llegaba demasiado tarde como para detener al aprendiz de brujo.